Me disculpo por no teneros el regalo de bienvenida que ansiabais, pero quiero que sepáis que en el momento en que os recogí en aquella estación, en la que los sueños y las lágrimas van cogidas de la misma mano, di gracias a la diosa fortuna porque habíais vuelto a mi vida.
Una vez más descorchasteis mi felicidad, por eso y por tantos otros momentos que jamás tendré la oportunidad de compensaros en su justo grado, pues algunos mi corazón los ha tasado con un valor infinito, tened la certeza que mi presente es para toda la vida, pues hoy con estas sinceras líneas os trazo estas promesas:
Aunque no pueda otorgaros las soluciones a todos los problemas que surjan en vuestras vidas, ni tener las repuestas para todas vuestras dudas o temores, podré escucharos y buscalas a vuestro lado.
No puedo cambiar vuestro pasado ni profetizar lo que el futuro tendrá a bien concederos, pero cuando me necesitéis estaré a un suspiro de vuestro aliento. Tampoco conseguiré evitar que tropecéis. Solamente podré ofreceros mi mano para que os sujetéis y no caigáis.
Vuestras alegrías, triunfos y éxitos no serán míos; pero disfrutaré sinceramente cuando vuestro rostro emane felicidad. No juzgaré las decisiones que toméis a lo largo del sendero de la vida, me limitaré a apoyaros, estimularos y ayudaros si me lo pedís.
No seré capaz de evitaros el sufrimiento cuando alguna pena os parta el corazón; pero dar por seguro que lloraré a vuestro lado y serán mis abrazos los que suelden la fisura de vuestro latido. Jamás sabré deciros quienes sois, ni quienes deberías ser. Solamente aspiraré a conservar vuestra amistad y a quereros tal como sois.
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